lunes, 18 de enero de 2016

Ejercicios de escritura. Autoficción

Queridos amiguitos,
Os dejo aquí un ejercicio que nos propuso una de las mejores profesoras que he tenido jamás el año pasado en el Máster. La idea era trabajar la autoficción, rasgo característico de la literatura (y artes) de la segunda mitad del XX y el XXI. Sinceramente, no sé si lo hice bien, pero me quedé bien a gustito.
Puede parecer una tontería, pero el hecho de escribir en papel o en una pantalla ayuda bastante a ordenar pensamientos y sentimientos. Aquí os enseño una pequeña (o gran) parte de mí.
 Os animo a que lo intentéis.



Y en su habitación, su cobijo, B intentaba recordarse. Desde cero. Imposible. Bah… Suponía que solo lloraba. La alimentaban para que sobreviviera y ella comía y lloraba porque quería comer, así que, suponía, que ella también quería sobrevivir. Dentro de su rutina entraba también dormir. Suponía que también soñar “porque en el mundo […] todo el que vive sueña”, aunque no se acordaba de ningún sueño. Pero recordaba los veranos en el pueblo. Compartiéndolos siempre con Father McKenzie, con su pandilla, rodeados de bicicletas, yendo todas las tardes al bar (el único del pueblo por aquel entonces) a por helados. Se acordaba también de que todos los días ensuciaban la ropa y llegaban a casa con heridas. Esa era su rutina veraniega de no hace mucho. Siete años a lo sumo. B recordaba esa nostalgia anticipada cuando hacía las maletas para volver a la rutina urbana que entonces detestaba y aún hoy seguía detestando. Otra vez la vuelta al cole. A formarse. Lo que entonces B veía como obligación hoy lo veía como supervivencia. Al fin y al cabo, B suponía, la vida era eso: supervivencia. Y eso fueron sus estudios, suponía. Aunque puestos a estudiar ella escogió gustosamente, y al contrario de lo que su familia quería de ella aunque siempre la apoyaron, dedicarse a leer sueños –en inglés, eso sí-, a llenar su cabeza con las historias de otros, y –como ella solía decirse- a entenderlas y a entender, a través de ellas, sus propias historias. De esos sueños de papel sí que se acordaba. No podía olvidarse porque la rodeaban por toda la habitación. Algunos fueron más bien pesadillas. Suponía que porque no los entendía. Y esto le causaba frustración. Frustración que muchas veces desembocaba en dudas sobre su futuro. ¿Era su futuro investigar para llegar a entenderlas?  Pero, suponía B, estas pesadillas a la vez le recordaban sus logros. Su solución para su frustración y sus dudas era ponerse unos auriculares, darle al play y aislarse del mundo exterior. B se acordó entonces de los complots de Father McKenzie y ella contra Mother McKenzie que consistían en cantar cualquiera de las canciones de los Beatles en cualquier momento del día –por no decir todo el día- hasta que ella, Mother McKenzie, se declaraba anti-fan a los Beatles, pero, a pesar de que los “odiaba”, a veces se unía a los cánticos. A sus veintidós, B seguía desafinando canciones y destrozando a sus favoritos con sus padres. Así que los sueños musicales también la rodeaban por toda la habitación y siempre hacían que terminara aceptando esos sueños y pesadillas de papel como sus logros más que frustraciones y que todas sus preguntas se respondiera con un “there will be an answer, let it be”. Y así, en su habitación, B intentaba recordárselo.   

martes, 5 de enero de 2016

El café



Allí estaba ella. En pie. Dispuesta a afrontar un nuevo día.
Salió a la terraza; una terraza inmensa con vistas al mar. Vio que en la mesa estaba el desayuno: dos tazas, un plato para compartir…
Giró su vista al mar. La inmensidad. Cerró los ojos y sintió cómo la brisa rozaba su piel, sus mejillas, sus labios… Espiró y abrió los ojos.
Una figura se iba aproximando desde la playa. Era él. El que usaría la segunda taza, con el que compartiría aquel plato…
Él la vio a lo lejos y la saludó. Ella no respondió. Lo siguió con la mirada hasta que alcanzó la terraza. Él, demasiado caballero, apartó la silla para que ella se sentara y sirvió el café.
Ella volvió su vista al mar y comenzó a soñar despierta. ¿Cómo sería su vida si no estuviera él?
Él la miró y pensó lo bonita que estaba con los brazos cruzados, la mirada perdida en otro mundo y la melena agitada por el viento. Queriendo soñar también, él miró al mar. ¿Cómo sería su vida si ella le quisiera?
Ella necesitaba soñar. En sus sueños buscaba libertad. Él sabía lo que soñaba y que no era él lo que buscaba. Ella no tenía intención de ocultárselo…
Él necesitaba soñar. En sus sueños la buscaba. Ella sabía lo que soñaba y que era ella lo que buscaba. Él no tenía intención de ocultárselo…
Un avión. Realidad.
Se miraron. Callados.
Ya no podía más, no era feliz y todo era debido a él. Había tomado una decisión. Estaba dispuesto a…
Ella bebió un sorbo de café. El amargo líquido se abría paso por su garganta a la vez que descubría la taza vacía de su compañero.
Alzó la mirada y se congeló en los ojos de él. Él le devolvió una dura y fría sonrisa al tiempo que repasaba los efectos del veneno. Calor. Parálisis. Muerte.
La taza se cayó y …
Despertó. Allí estaba ella. Ya no estaba dispuesta a afrontar un nuevo día.
Salió a la terraza; una terraza pequeña con vistas a un patio interior. Vio que en la mesa había un paquete de lucky. Solo quedaba un cigarro y no pensaba compartirlo.
La vecina colgaba la ropa y ella exhalaba su pasado en cada bocanada de humo. Ahí estaba él. Ocupando la mayor parte de sus recuerdos…
Bajó la vista y observó cómo sus manos temblaban. En su muñeca vio el nombre que tanto le había marcado… incluso la piel.
La puerta. Acción.
Él se acercó. La saludó con un beso. Ella sonrió y giró la vista hacia el patio. Seria. Pensativa.
Él sugirió un café. Ella accedió y fue a la cocina a prepararlo.
En la cocina, ella miraba por la ventana mientras se hacía el café. Seria. Pensativa.
Pastillas. No. Pistola. No.
El café hervía. Cogió una bandeja, dos tazas, un cuchillo, un cartón de leche, dos cucharillas, azúcar…
Él miraba hacia el patio. Serio. Pensativo. Una sonrisa forzada apareció en su cara cuando la oyó llegar.
Ella sirvió el café. Él se echó azúcar y obvió el cuchillo. Serio. Pensativo.
Bebieron el café. Cuando la última gota se deslizaba por su garganta, ella cogió el cuchillo con decisión.
Él se apartó asustado, pero no huyó. Ella se acercó, se sentó en su regazo. Las lágrimas humedecían sus mejillas.
Él secó sus ojos. Ella le dio un beso. Clavó el cuchillo en sus entrañas…
Sonrió aliviada y se desplomó entre sus brazos. La sangre empapaba su camisa, sus pantalones…
Las lágrimas humedecían sus mejillas. Sin control. Sin comprensión. Rabia. Horror. Dolor. Abrió sus venas.
La vecina colgaba la segunda tanda de ropa. No miró la terraza de sus vecinos.
La sangre invadía la terraza y se escurría entre las rejas. Una gota pintó los labios de la muñeca de una niña que mataba el tiempo en el patio.
La niña gritó. La vecina salió de nuevo a la terraza. Buscó el origen del grito. 
Miró demasiado tarde la terraza de sus vecinos.