Hablar de la felicidad es un tema
jodido. La verdad, si buscáis artículos serios y filosóficos este no es el
sitio. Tenéis miles de filósofos conocidos y majos que tratan el tema de la
felicidad. Esto es más una opinión o una impresión personal.
El otro día escribía en mi diario
algunas palabras acerca de la felicidad (sí, empecé a escribir un diario porque
necesitaba desahogarme aunque fuera conmigo misma porque no es justo que el
pobre Alberto, que es el único que lee este blog, se tragara siempre mis
penurias). Aunque rompa ese juramento socrático que parece que se establece
entre tu yo y tu yo cuando empiezas a escribir un diario, os desvelaré –cual secreto
de estado- lo que decía en ese momento.
Hablaba de mi Erasmus, como
siempre. Se ha convertido en un tema bastante recurrente ya sea por mi
nostalgia, que parece infinita, o por mi aburrimiento, que sin duda es
infinito. Decía entones que cada situación y cada momento parece meterse en mi
cabeza y buscar su relación con el Erasmus, porque fue un año inolvidable. Y
además de los inolvidables de verdad. Asociaba yo esta nostalgia a lo que
podría haber sido el único instante de –ojo a la palabreja- felicidad. A
continuación empezaba a desvariar como voy a proceder a hacer aquí.
El caso es ¿quién puede definir
la felicidad? Es curioso que normalmente los libros, las películas, las canciones
hablan de desamores, de tristeza, de dificultades, de problemas… No solemos
tener narraciones de felicidad. ¿Por qué? Bueno, muy sencillo, creo yo. La
felicidad no inspira. No es lo mismo intentar describir un momento de felicidad
que un momento de tristeza. Y además ¿a quién le interesa saber que hay gente
más “feliz” que uno mismo; que hay gente con menos problemas; que hay gente sin
preocupaciones? No vende. Tenemos que ver que hay gente tan desdichada, o más,
que nosotros y que al final logran sus objetivos (los finales esperanzadores) o
mueren intentándolo (no tan esperanzadores, pero aún así te animan a
reaccionar).
Personalmente creo que lo que nos
pasa es que conocemos demasiado bien la tristeza. Tanto que a veces nos resulta
difícil separarnos de ella y entregarnos a la felicidad. Pero, para ser
sinceros, ni siquiera sé si ese sentimiento o estado de felicidad existe. Decía
en mi diario que el viaje Erasmus se me antojaba ya utópico. No podían seguir
tantos buenos momentos, tantas vivencias geniales… Concluía yo que quizás la
felicidad era eso: utopía. Es decir, algo que parece irrealizable. Aunque añadía
(dios mío, ya me cito a mí misma… no mola nada) que también es un estado
efímero. De eso sí que no hay duda.
Concretamente me refería a la
felicidad como un estado utópico al que se puede llegar en momentos puntuales
de la vida. Obviamente, si se consigue deja de ser utópico. Pero a lo que me
refiero yo es a que una vez se escapa ese momento (de ahí lo efímero) se
convierte en utópico porque parece que no volverá nunca. En fin, supongo que, como
efímera que es la felicidad, va y viene. Pero no sabes cuándo, ni cómo y muchas
veces ni siquiera sabes que eres feliz en ese momento. Lo ves a posteriori
cuando empiezas a recordar y de tus labios se escaba un “aaah, ahí sí que era
yo feliz”.
Entonces, ¿qué mierdas es la
felicidad? Pues no lo sé. Cada uno la asociará con los que considera los
mejores momentos de su vida. No les falta razón. Es uno de estos casos en los
que decimos “es relativo”. ¿Qué es el tiempo? Una unidad relativa. ¿Qué es el
frío? Pues dependerá de si vives en el polo norte o en el Sahara; por tanto, es
relativo. Lo mismo con el calor. ¿Qué está rico? Pues, mira, no sé; a mí me
gusta la fanta de limón, pero a ella le gusta la fanta de naranja. Relativo. Lo
mismo pasa con la felicidad.
Yo relacionaba la felicidad con
mi Erasmus. Según yo, es lo más cercano a la “felicidad” (aún sin saber qué es
y aún dudando de su existencia) que he experimentado y que recuerdo. Decía que
ahí era “feliz” porque eran momentos en los que estaba despojada de
responsabilidades, de culpas, incluso de la sociedad y la cultura que siempre
me habían acompañado; no tenía preocupaciones. Es cierto. Era como empezar una
vida de cero. Como si crearas una vida nueva en Los Sims, por ejemplo. Nuevos
amigos, nueva cultura. Obviamente, no perdí jamás el contacto con mi vida real,
pero yo vivía ahí en esa vida utópica pero real en la que mi única preocupación
era aprobar (y francamente, no era nada difícil). Ni siquiera me tenía que
preocupar por el dinero, porque papá y mamá me mantenían. Dime tú si esa vida,
vista desde la perspectiva material y capitalista de hoy en día, no es fucking
felicidad. Cuando te lo dan todo y no tienes nada de qué preocuparte lo único
que te queda es intentar no aburrirte y ser “feliz”.
Comentaba yo que a lo mejor la “felicidad”
está encerrada en esos momentos en los que aprendemos a vivir sin el resguardo
de la familia o el apoyo de los amigos (entendedme, los amigos y la familia jamás
te dejan pero estando lejos no es lo mismo); en los que rozamos, e incluso
atrapamos, la independencia y nos dejamos embaucar por su aroma y persuadir por
su delicioso sabor (aunque cierto es que era una falsa independencia); cuando
abrazamos lo diferente y nos fundimos con la alteridad.
Pero llega siempre un momento
(mismamente un mes después de volver de ese viaje tan real que parece irreal)
en el que haces una analepsis, como diríamos los filólogos, o un flashback,
como diríamos los filólogos ingleses, y analizas. Tú no tenías preocupaciones,
pero tu familia sí; tú te creías libre e independiente, pero tu familia siempre
estaba ahí (porque sin ellos no habrías podido experimentar esa sensación
aunque fuera falsa); tú creías que abrazabas lo diferente pero en cuanto lo abrazabas
ya no era diferente. Es decir, que todas esas sensaciones, obviamente fueron
reales, pero a la vez irreales. Irreales porque era demasiado bueno para ser
cierto y, sobre todo, era demasiado bueno para que continuara. Por eso llego a
la conclusión de que la “felicidad” es efímera porque solo dura un instante y
utópica porque es una especie de situación irreal.
Como dice mi abuela cada vez que
le digo cuánto echo de menos Soton y a la gente, tenía que acabarse porque eso
no era la vida real. Parece un texto bastante pesimista, pero en realidad no lo
es. La moraleja, como siempre, es que aunque parezca irreal, sí que existen
momentos “felices”. Podríamos decir “menos malos que otros” o “dignos de
recordar”, porque al final parece que solo nos acordamos de lo malo e incluso
nos regocijamos en ello. Hay veces que la vida lo pone jodido y que no puedes
evitar estar mal. Nadie te asegura ser feliz, porque ¿qué es eso?, pero siempre
estarán ahí los recuerdos menos malos que otros o los recuerdos que ya se creen
utópicos que harán que al menos saques una sonrisa, aunque sea tan efímera o
momentánea como la “felicidad”.